lunes, 14 de abril de 2014

La semilla del mango

Había una vez un señor que sembró una semilla de mango en el patio de su casa. Todas las tardes la regaba con cariño y repetía con verdadera devoción:

- Que me salga durazno, que me salga durazno...
Y así llegó a convencerse de que pronto iba a tener un árbol de duraznos en el patio de su casa.

Una tarde  vio con emoción que la tierra se estaba cuarteando y que una cabecita verde pujaba por salir a la búsqueda de los rayos del sol. Al día siguiente , en el patio de su casa, asistió emocionado al milagro del nacimiento de una vida.

- Me nació el árbol de duraznos- dijo el hombre con satisfacción y orgullo.

Hasta se puso a imaginar que en unos años la familia podría disfrutar de unas suculentas cosechas de duraznos. En las tardes , mientras cuidaba  y atendía con cariño a su árbol , le hablaba como a un hijo y le decía:

- Tienes que ser un verdadero árbol de duraznos; bien distinto y diferente a esos árboles de mangos populacheros que crecen silvestres y que , en época de cosecha, llenan los patios de las casas.

El árbol fue creciendo y un día el hombre vio, primero con duda, después con incredulidad y desconcierto, que lo que estaba creciendo en el patio de su casa no era un árbol de duraznos sino un árbol de mangos. El hombre dijo con despecho y con tristeza:

- No entiendo cómo me pudo pasar esto a mí, tanto que le dije que fuera durazno y me salió mango.

Y es que se recoge lo que se siembra.

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