Aquel hombre obedeció. Se inclinó, recogió un puñado de guijarros y se los metió en el bolsillo.
A la mañana siguiente vio que los guijarros se habían convertido en diamantes, rubíes y esmeraldas. Y se sintió feliz y triste.
Feliz por haber cogido guijarros; triste, por no haber cogido más.
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